Por: Susan Heath
14 de abril de 2012
[Esta entrada es una traducción nuestra al español de una columna de opinión "No one called me slut" publicada en el NYTimes y que puede conseguir aquí]
Hace
dos semanas, una bomba explotó a las
afueras de un centro de
abortos en Wisconsin. En años
recientes, varios estados han aprobado o intentado aprobar leyes
requiriendo a mujeres exámenes
médicos antes de practicarse procedimientos médicos legales protegidos
constitucionalmente. Una joven fue llamada ‘slut’ luego de testificar a favor
de la cobertura por los planes médicos a métodos anticonceptivos. Estos son
sólo algunas de las historias sobre ataques recientes al derecho a decidir de
las mujeres.
Pero
esto no fue siempre así. Esta es una historia sobre cómo era antes:
Es
1978, cinco años luego de Roe v. Wade. Tengo 38 años y cuatro
hijos, el mayor con 17 y el menor tiene 12 años de edad. Estoy haciendo un
bachillerato en la universidad y me encanta.
Tengo
dos meses y medio de embarazo.
No
quiero este bebé.
Tengo
una familia, una familia grande. Amo a mis hijos con pasión, pero no quiero uno
más. Estoy completamente segura de eso. Tengo otras cosas que hacer y sé que no
podría ser una buena madre para un quinto hijo. Me encantan los bebes recién
nacidos, su delicadeza, la curva de sus pequeños dedos sobre los míos, pero lo
mejor de ellos ahora es que son de otras personas. Ya no quiero tener que criarlos, alimentarlos y ser la responsable de ellos.
No
quiero este bebé.
Estoy
de camino a Planned Parenthood para practicarme un aborto legal. Mi esposo está
guiando el auto para allá. Esto es un asunto muy importante para ambos, pero
estamos completamente de acuerdo en que al final es mi decisión. Hemos estado utilizando métodos anticonceptivos
adecuadamente, pero nos fallaron esta vez.
Estoy
embarazada pero no atrapada. Todo lo que tenía que hacer era llamar a la
clínica y pedir una cita. No tengo por qué estar avergonzada o asustada gracias
a mujeres valientes que lucharon por hacer el aborto legal, haciendo públicas
sus historias de vergüenza y terror, asegurándose que ninguna otra mujer muriera
en un aborto clandestino o tuviera un bebé no deseado.
Nos
estacionamos y caminamos a la entrada. No tuve que atravesar piquetes donde mi
gritaran ‘asesina’, no tenía miedo de que me tiraran una bomba. La
recepcionista toma mi nombre y me dice: “sólo tienes que hablar con un
consejero primero”. No me molesta, supongo que es parte del proceso.
Le
cuento al consejero que tenía ya cuatro hijos y no quería uno más. Tengo otros
planes ahora. Ella entendió completamente y me dijo que me atenderían pronto.
Ningún juicio, no me mostraron fotos de fetos, no intentaron hacerme sentir
culpable. Ella sólo se quería asegurar que yo estaba segura de mi decisión. Y
por supuesto, lo estoy.
Realmente
no es tan malo; de hecho, no es más invasivo que los chequeos mensuales durante
un embarazo. Son respetuosos, me pusieron bajo una sabana y me dijeron que mi
esposo me podía recoger en poco tiempo y llevarme de regreso a casa. Estoy
bien.
Nuestro
seguro médico nos reembolsó la mayor parte de los costos del aborto. Porque
tenía la suerte de tener la capacidad de hacerlo, envié ese cheque, por varios
cientos de dólares, como donación a
Planned Parenthood. Estaba muy agradecida con la organización. Quería que
Planned Parenthood tuviera la capacidad de seguir ofreciendo una gama de
servicios médicos a todas las mujeres.
Tener
un aborto me liberó de la carga de una maternidad que no podía asumir y
permitirme continuar siendo la mejor madre que podía ser.
Dos
años después, estoy conduciendo sola al norte del estado. Miro hacia atrás y
pienso que si no me hubiera hecho aquel aborto habría una silla de bebé al lado
mío con un pequeño niño descansando tranquilamente, sabiendo que siempre
estaría a salvo porque yo estaba a cargo.
Quizás sería una niña, me hubiera encantado tener una hija en mi
familia.
Pero
no estoy haciendo un duelo por su ausencia; no tengo ni he sentido el menor
arrepentimiento por no traer ese bebé al mundo. Conozco mujeres que han sufrido
mucho por los bebés que decidieron no tener y estoy agradecida de haberme
evitado esa tristeza agonizante de la culpa y el arrepentimiento. De igual manera, conozco muchas mujeres
que, como yo, han sentido sólo gratitud y alivio por haber tenido la posibilidad
de tomar control sobre sus vidas de forma segura y legal.
Ahora
tengo 72 años de edad. Tengo cinco nietos y tres bisnietas, y deseo
apasionadamente que ellos y ellas sean responsables y tengan el mismo derecho a
decidir que yo tuve.
Susan
Heath es escritora. Vive y trabaja en Nueva York.
[Traducción
nuestra.]
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