15 de abril de 2012

Having an abortion when no one called me a slut (Nadie me llamó “slut’’)


Por: Susan Heath
14 de abril de 2012

[Esta entrada es una traducción nuestra al español de una columna de opinión "No one called me slut" publicada en el NYTimes y que puede conseguir aquí]

Hace dos semanas, una bomba explotó a las  afueras de  un centro de abortos en Wisconsin.  En años recientes, varios estados han aprobado o intentado aprobar leyes requiriendo  a mujeres exámenes médicos antes de practicarse procedimientos médicos legales protegidos constitucionalmente. Una joven fue llamada ‘slut’ luego de testificar a favor de la cobertura por los planes médicos a métodos anticonceptivos. Estos son sólo algunas de las historias sobre ataques recientes al derecho a decidir de las mujeres. 

Pero esto no fue siempre así. Esta es una historia sobre cómo era antes:

Es 1978, cinco años luego de Roe v. Wade. Tengo 38 años y cuatro hijos, el mayor con 17 y el menor tiene 12 años de edad. Estoy haciendo un bachillerato en la universidad y me encanta.

Tengo dos meses y medio de embarazo.

No quiero este bebé.

Tengo una familia, una familia grande. Amo a mis hijos con pasión, pero no quiero uno más. Estoy completamente segura de eso. Tengo otras cosas que hacer y sé que no podría ser una buena madre para un quinto hijo. Me encantan los bebes recién nacidos, su delicadeza, la curva de sus pequeños dedos sobre los míos, pero lo mejor de ellos ahora es que son de otras personas.  Ya no quiero tener que criarlos, alimentarlos y ser la responsable de ellos.

No quiero este bebé. 

Estoy de camino a Planned Parenthood para practicarme un aborto legal. Mi esposo está guiando el auto para allá. Esto es un asunto muy importante para ambos, pero estamos completamente de acuerdo en que al final es mi decisión.  Hemos estado utilizando métodos anticonceptivos adecuadamente, pero nos fallaron esta vez.

Estoy embarazada pero no atrapada. Todo lo que tenía que hacer era llamar a la clínica y pedir una cita. No tengo por qué estar avergonzada o asustada gracias a mujeres valientes que lucharon por hacer el aborto legal, haciendo públicas sus historias de vergüenza y terror, asegurándose que ninguna otra mujer muriera en un aborto clandestino o tuviera un bebé no deseado.

Nos estacionamos y caminamos a la entrada. No tuve que atravesar piquetes donde mi gritaran ‘asesina’, no tenía miedo de que me tiraran una bomba. La recepcionista toma mi nombre y me dice: “sólo tienes que hablar con un consejero primero”. No me molesta, supongo que es parte del proceso.

Le cuento al consejero que tenía ya cuatro hijos y no quería uno más. Tengo otros planes ahora. Ella entendió completamente y me dijo que me atenderían pronto. Ningún juicio, no me mostraron fotos de fetos, no intentaron hacerme sentir culpable. Ella sólo se quería asegurar que yo estaba segura de mi decisión. Y por supuesto, lo estoy.

Realmente no es tan malo; de hecho, no es más invasivo que los chequeos mensuales durante un embarazo. Son respetuosos, me pusieron bajo una sabana y me dijeron que mi esposo me podía recoger en poco tiempo y llevarme de regreso a casa. Estoy bien.

Nuestro seguro médico nos reembolsó la mayor parte de los costos del aborto. Porque tenía la suerte de tener la capacidad de hacerlo, envié ese cheque, por varios cientos de  dólares, como donación a Planned Parenthood. Estaba muy agradecida con la organización. Quería que Planned Parenthood tuviera la capacidad de seguir ofreciendo una gama de servicios médicos a todas las mujeres. 

Tener un aborto me liberó de la carga de una maternidad que no podía asumir y permitirme continuar siendo la mejor madre que podía ser.

Dos años después, estoy conduciendo sola al norte del estado. Miro hacia atrás y pienso que si no me hubiera hecho aquel aborto habría una silla de bebé al lado mío con un pequeño niño descansando tranquilamente, sabiendo que siempre estaría a salvo porque yo estaba a cargo.  Quizás sería una niña, me hubiera encantado tener una hija en mi familia.

Pero no estoy haciendo un duelo por su ausencia; no tengo ni he sentido el menor arrepentimiento por no traer ese bebé al mundo. Conozco mujeres que han sufrido mucho por los bebés que decidieron no tener y estoy agradecida de haberme evitado esa tristeza agonizante de la culpa y el arrepentimiento.  De igual manera, conozco muchas mujeres que, como yo, han sentido sólo gratitud y alivio por haber tenido la posibilidad de tomar control sobre sus vidas de forma segura y legal.

Ahora tengo 72 años de edad. Tengo cinco nietos y tres bisnietas, y deseo apasionadamente que ellos y ellas sean responsables y tengan el mismo derecho a decidir que yo  tuve.

Susan Heath es escritora. Vive y trabaja en Nueva York.

[Traducción nuestra.]  

            

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