24 de octubre de 2011

Abordo el aborto






por Ángel Antonio Ruiz Laboy

"una amenaza a la justicia en cualquier lugar
es una amenaza a la justicia en todo lugar."
-Martin Luther King


A veces he pensado que la voz menos autorizada para opinar del aborto es la de un hombre, homosexual y que no está interesado en reproducirse. Aunque estoy seguro que lxs lectorxs pueden coincidir con ese planteamiento, que cruza mi mente de forma pasajera, necesito diferir ante esa idea. Parte de la responsabilidad ciudadana es defender el derecho de nuestros y nuestras conciudadanos a la libertad de criterio y acción, nos afecte directamente o no. La invitación por parte de las organizadoras de este foro me hizo plantearme esa y muchas otras disyuntivas respecto al tema del aborto.

Se me hace imposible reducir la discusión a estar “a favor” o “en contra” del aborto, sin mirar el proceso que lleva a la mujer a ubicarse en el centro de esa discusión. Esa simplificación puede trivializar o invisibilizar procesos que deben atenderse como causantes de esta y de otras situaciones que perpetran injusticias sobre las mujeres en nuestras sociedades. Por ello, más allá de formular una opinión sobre el aborto, mi preocupación va dirigida a cuánto, como sociedad, nos falta para prevenir que la mujer tenga que llegar a un embarazo no deseado y por ende a la decisión de abortar o no. Mis experiencias más directas al asunto nacen en dos escenarios muy dispares en algunos puntos, muy cercanos en otros. La primera, una amiga cercana, quien a temprana edad quedó embarazada de su pareja sexual. La segunda, fue una mujer extranjera que practicaba la prostitución en el crucero en el que trabajaba y que se allegó a una facilidad hospitalaria para que le realizaran su vigésimo aborto. La primera comenzaba estudios universitarios, la segunda completaba su sueldo con la prostitución para poder mantener a su familia y a su hijo que esperaba verla cada seis meses cuando podía regresar a su país de origen. En el primer caso fue un proceso decisional largo y difícil, lleno de cuestionamientos morales. En el segundo, parecía que fuera un proceso rutinario. En cambio, en uno y otro caso, el rostro de ambas reflejaba la angustia y desesperación de ver sus metas tronchadas por un embarazo no deseado. En uno y otro caso, algo faltó o fallo en el proceso, que ubicó a estas mujeres en el centro de esta controversia.

La construcción del género femenino –que no se limita a las mujeres biológicas, ni que les pertenece, sino también a los hombres biológicos que construyen su género hacia o desde lo femenino o a los sujetos que pueblan esas zonas grises entre la construcción polarizada de los géneros– instituida socialmente por la familia, la iglesia y el estado, se vuelve en el primer escollo en la prosecución de la equidad y la justicia social. Esa disparidad se acrecienta con un sistema educativo que adolece de la inclusión desde una perspectiva de género, herramienta necesaria y vital para la negociación saludable y para una toma de decisiones orientada en una sociedad que se ancla en el machismo –que tampoco es inherente al hombre biológico pues lo comparten y lo educan personas de uno y otro sexo–. Es en esa deconstrucción de los roles asignados socialmente, donde a mi juicio, existe el primer y más importante método anticonceptivo pues es el que le permite a la mujer tomar justa decisión sobre su cuerpo como le corresponde.

Tocando el tema de los métodos anticonceptivos, en algunos lugares más que en otros la variedad de ofertas, de acceso y de educación disponible respecto a ellos es limitada, tal vez, como consecuencia del punto previamente expuesto. En muchos casos permea, la visión moralista religiosa y fundamentalista que condena el disfrute del cuerpo como templo del deseo y lo limita a su función reproductiva. En otros casos el hablar de sexo es un tabú que impide no solo la discusión sobre prevención de embarazos no deseados, sino que el desconocimiento que acarrea en la ausencia de ese intercambio de información, provoca la exposición a prácticas sexuales riesgosas y maximiza la exposición a enfermedades de transmisión sexual. Entonces como sociedad, debemos garantizar tanto el acceso a diversidad de métodos anticonceptivos, como a la discusión y la educación sexual adecuada desde edad temprana, alejada de visos moralistas o religiosos y atemperadas a las realidades y garantías de la dignidad de nuestros conciudadanos y conciudadanas.

Si aún así, como no dudo que pasaría, si existieran embarazos no deseados, como sociedad debemos instrumentar un acceso libre, asistido y desestigmatizado que garantice las condiciones salubres integrales más óptimas con respecto al aborto. Deberíamos tener el compromiso de educar, no solo a la mujer, sino a la sociedad en general sobre todos estos puntos. Pues aunque la decisión corresponda íntegramente a la mujer en cuestión, hablamos de un asunto de salud pública y de derechos humanos, en el que todas y todos debemos asumir nuestra responsabilidad social.

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