Este fin de semana mientras me dirigía hacia D.C. entre mis múltiples siestas me topé con un billboard muy particular. Como andaba soñoliento no me dio tiempo a retratarlo, pero ya que estaba compuesto sólo de palabras anoté en mi cabeza su contenido para poderlo reproducir. Tenía escrito en un grafiti violeta la palabra Virginity y abajo un “caption” que leía: Teach your child is not a bad word. Al instante me pregunté de cuando acá alguien pensaba que la palabra virginidad fuese mala o poco popular. De hecho, traté de buscarle un antónimo a la palabra virginidad y no se me vino (no pun intended) ninguno a la mente.¿Desvirgado? ¿Promiscuo? ¿Clavado? No hay una palabra que se le correlacione en paridad en significado a la virginidad.
Por siglos nos han restringido a tal modo nuestra capacidad de decidir sobre los asuntos relacionados con nuestra sexualidad que ni tan siquiera contamos con un lexicón adecuado para reflejar desvalorativamente nuestras decisiones al respecto.Afortunadamente, en la última parte del siglo XX ésta falta de reconocimiento de nuestra autonomía sexual fue cuestionada por un grupo de mujeres que resistieron el yugo de la moral religiosa que disfrazado en la oficialidad secular del Estado restringía el goce de su sexualidad, su privacidad y autonomía, y limitaba su capacidad para destronar la hegemonía masculina. Ante estos reclamos, el Tribunal Supremo gringo comenzó en los años 50 a derivar de las múltiples enmiendas a la Constitución federal el derecho a la intimidad que incluyó a su vez en una vertiente los derechos reproductivos. De ahí salió el derecho de los matrimonios a tener acceso a anticonceptivos, luego el de los solteros y la solteras a lo propio, y finalmente casi 20 años después el derecho a poder a terminar un embarazo. El derecho a que la mujeres puedan decidir si quieren o no ser madres, a que lo puedan hacer sin miedo a que las condiciones sanitarias para ello representen un riesgo para su integridad física, y sin que lleve una sanción del Estado quedó establecido en Roe v. Wade. Sin embargo, contrario a lo esperado este derecho ha sido cada día más limitado por los tribunales. Las controversias en torno al derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y sobre su embarazo se han incrementado. El juicio moral social parece que no logra desentenderse de la noción de que el aborto es una mala-palabra. Hoy recordando a Roe v. Wade debemos empezar a cambiar los cartelitos como los que vi ponen en la autopistas del "New England" para que lean: Abortion, teach your child is not a bad word.
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