13 de octubre de 2011

Día 14: Vidas y cuerpos

Por José A. Laguarta Ramírez



El debate contemporáneo sobre la legalidad del aborto a menudo gira en torno a importantes conceptos filosóficos: vida, libertad, derechos, elegir, poder, persona, cuerpo. Es un tema sobre el cual he escrito anteriormente. No obstante, en esta ocasión quisiera aprovechar la invitación por parte de las organizadoras de excelente iniciativa 40 días por tí para hacer una reflexión un poco menos abstracta, y quizás más personal.

Personal no, por supuesto, porque yo mismo haya tenido que enfrentar la inmensidad de un embarazo y todo lo que conlleva, incluyendo la decisión de terminarlo o no, pues nací en cuerpo marcado por un cromosoma “Y”. He conocido, sin embargo, a muchas mujeres que han estado embarazadas en algún momento de sus vidas, incluyendo algunas pocas que me han concedido el privilegio de confiarme su decisión de ponerle fin a un embarazo no deseado. De éstas, más de una han llegado luego a ser madres maravillosas de criaturas felices y saludables.

No puedo decir, ni me corresponde hacerlo, si la decisión de terminar embarazos anteriores tiene algo que ver con la felicidad presente de estas mujeres y sus hijos e hijas. Lo que sí sé es que al tomar esa decisión eran todas mujeres adultas que enfrentaron su realidad material y espiritual de aquel momento con valentía, en una sociedad que castiga esa decisión con estigma y desprecio. Todas son, además, en el sentido amplio, mujeres trabajadoras, es decir, que dependen de su propio esfuerzo para sobrevivir y adelantar sus sueños y proyectos, los cuales sin duda se veían afectados por la situación de embarazo.

Este último punto es importante recordarlo, pues por más que luchamos y defendemos el derecho de todas las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos, las sociedades capitalistas han ofrecido, desde su inicio, alternativas y opciones a las mujeres que por herencia, matrimonio o alta posición en el mundo masculino del capital, tengan recursos para pagarlas. El prohibicionismo siempre afecta principalmente a las y los pobres, y el tema del aborto no es la excepción.

Por otro lado, el discurso “pro-vida” siempre recurre al chantaje emocional: “¿Y si tu madre te hubiese abortado?” Francamente, no es una pregunta que me quite mucho el sueño, y hasta me causa un poco de risa. Sin embargo, ya que estamos en el ejercicio introspectivo, vale la pena detenernos brevemente sobre ellas.

A la segunda, la respuesta obvia es ¿Y qué? Yo nunca pedí nacer, ni nadie me lo consultó. Si me hubiesen abortado, no hubiese nacido; es decir, no hubiese tenido experiencias, amistades, amores, sueños y proyectos (en una palabra, vida) cuya pérdida lamentar, ni referencia o lenguaje alguno para imaginármelo siquiera. Mi madre, por el contrario, al tomar la decisión de traerme al mundo, sí tuvo que considerar, como cualquier mujer, aunque fuese mínimamente, el impacto que tendría esa decisión sobre su vida. Al imaginar que hubiese decidido lo contrario, el profundo respeto y admiración que siento hacia mi madre (y las mujeres en general, en esta sociedad patriarcal y machista) no disminuye ni un ápice.

Allá aquellos que se atrevan a juzgar a sus madres, o a cualquier mujer, por asumir la responsabilidad de una decisión que ellos jamás tendrán que asumir. Y pobre de ellos.

Pero al final del día, en todo caso, no se trata (en mi humilde opinión) de un mero derecho individual a decidir, según insiste la tradición liberal que es hegemónica entre los discursos feministas y pro-opción actuales. Si de meros derechos se trata, los fundamentalistas anti-mujer bien saben manipular el discurso de los derechos y hasta de la bio-ética, para vendernos el espejismo de un derecho del feto que triunfa sobre todos los demás: la vida, definida en su sentido más estricta y vulgarmente biológico (dato, de hecho, no poco contradictorio con las supuestas bases religiosas y espirituales de gran parte del discurso anti-aborto).

No se trata de derecho a la vida frente a derecho a decidir, o al menos no se trata de “derechos” según los define el cánon capitalista-liberal. Se trata, precisamente, de cuerpos, de poder y de vidas (experiencias, amistades, amores, sueños y proyectos) – vidas plenas, en proceso de realizarse, frente a “vidas”, como mucho, potenciales.

Condenados a nacer en cuerpos de cromosoma “Y”, los “hombres” biológicos que queramos despojarnos del manto del opresor, podemos (y debemos) apoyar y acompañar a las mujeres de nuestras vidas, pero nunca, jamás, pretender imponerle a cuerpos que se pueden embarazar los criterios y voluntades de aquellos que no.

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